sábado, 31 de diciembre de 2011

POMPAS DE JABÓN

La muerte le liberó de la vida a orillas del Arlanzón sin que El Cid Campeador, con su Tizona desenvainada, hiciera nada por impedirlo.
 Los periódicos dijeron que se llamaba Adelardo Carazo Andrés, que tenía 47 años y era un “sin techo”.
Quiero pensar que era él.
Necesito creer que era él y que, tal vez, mientras el frío de la noche cerraba para siempre sus ojos y congelaba sus miembros, un fuego tenue caldeó en el último instante su corazón con el recuerdo de la fugaz, sincera y limpia amistad que entabló por unos minutos con un niño de tres años.
-Eh, chaval, ¿me das unas pompas?
Mi nieto Martín se acercó al banco del Paseo del Espolón en el que estaba sentado el hombre sin que le intimidara su aspecto marginal ni el de sus compañeros. Sopló frente a él con su pompero y las bolitas irisadas, brillantes y efímeras debieron devolver al hombre a su infancia porque sonrió y ambos jugaron con las pompas antes de que se desvanecieran.
Luego nosotros seguimos nuestro camino, pero aún hubimos de volver atrás ante la llamada del hombre.
-Eh, chaval, ten… y ¡gracias!
Y depositó en la mano de mi nieto una moneda de 1 euro que yo –rubor me da confesarlo- miré con aprensión al observar los dedos renegridos y sucios que la sujetaban. Un euro con el que habría podido comprar otro cartón de vino como el que tenía a sus pies, y que sin embargo insistió en entregar al niño a pesar de mi primera negativa.
Quiero pensar que era él.
Necesito creer que era él para no avergonzarme, para no sentirme miserable escudándome en la remota posibilidad de que tal vez el recuerdo de la breve camaradería con un niño suavizó al final de su vida su decepción de la condición humana.
Si esta entrada lleva la etiqueta de LA BUENA NUEVA es porque espero que finalmente Adelardo haya encontrado un hogar.

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